La fortaleza espiritual es necesaria para crecer espiritualmente y ayudar a que los demás crezcan.
Esta fortaleza conforma nuestro carácter y permite disciplinar la mente.
Una mente disciplinada es una mente pacífica y feliz.
Una mente fuerte nunca se perturba.
La fortaleza de nuestro ser se nutre de la experiencia del silencio, de la conexión sutil con la fuente eterna de luz y de
paz y a nivel práctico de una actitud honesta y sincera ante la vida y los demás.
Las bendiciones de los demás son otra fuente de fortaleza para el ser.
Recibimos bendiciones de aquellos a quienes hemos servido, y una buena forma de servir a los demás es compartir esta clase de fortaleza interna.
Aquellos que han incorporado las virtudes divinas en su comportamiento y actividades, son los que pueden dar fortaleza a los demás.
Compartir esta riqueza y sabiduría es dar un regalo invalorable.
Podemos evaluar nuestro nivel de fortaleza espiritual observando la calidad de nuestras respuestas en las situaciones y en las relaciones.
El que es fuerte da, el débil tiene expectativas.
El que es fuerte cambia y transforma, el débil se queja.
El que es fuerte sabe perdonar, el débil guarda resentimiento.
El que es fuerte crea, el débil duda.
El que es fuerte fluye, el débil mide y calcula.
El que es fuerte permite, el débil pone límites.
El que es fuerte puede doblarse, el débil se rompe.
El fuerte calma y tranquiliza, el que es débil clama y se agita.
Mi Consulta Psicológica
Ana Luisa López Pérez
Psicóloga
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